Por: William Ospina - 21 Sep 2013 Hubo edades edades en que el agua y el aire aire, el mar y la amistad, la hospitalidad y la generosidad eran poderes sagrados, casi siempre custodiados o protegidos por la divinidad. El mundo estaba para ser compartido, y se veía como una profanación a las leyes de la amistad y de la caballerosidad el anteponer a las cosas un precio. En las obras de Homero al visitante primero se lo atiende, se lo sienta a la mesa, se lo saluda y se lo agasaja, y sólo después se le pregunta quién es y de dónde viene. Don Quijote era ese gran lector de quien se dice que los libros lo enloquecieron. Pero más bien era un hidalgo en quien los libros despertaron una desmedida nostalgia de tiempos más pródigos, y él mismo quiso encarnar los valores del pasado: el heroísmo, el desprendimiento, la generosidad. Nada valoraba tanto como lo que se hacía sin costo alguno. Él estaba dispuesto a salvar a los desdichados y liberar a los oprimidos sin reclamar a cambio